Siempre he escuchado eso de que una copa de vino con la comida es buena para la salud, que ayuda al corazón y todas esas cosas que dicen los médicos, cuando nadie les escucha.
Hoy, mientras escribía esto, he entendido porque es una copa, y no dos, o tres. Lo que importa no es el vino, es la compañía, es el brindis, es la sonrisa que éste comporta y esas miradas que lo dicen todo en silencio. Hoy, ahora mismo, en un momento de lucidez, estoy comprendiendo que no era el vino lo que me salvaba, eras tú.
O sea, tú no. Tú y el vino, o el vino y tú, o quizá era el vino y que tú estuvieras allí o quizá el vino mientras tú estabas allí, o quizá... -mejor me sirvo otra copa y cambio de tema-.
A lo que iba, me acostumbraste a cocinar para dos, y me encantaba, no te mentiré, pero es algo que puede conmigo. Odio ser incapaz de medir la comida justa para mí, de no recordar que ya no estás, que como solo, que sólo me acompaña ese reloj de pared que tanto odiabas y esa botella de vino que desataba tu risa tonta que tanto me gustaba.
Y no te confundas, no me quejo, ya me he hecho a la idea de gritar sin obtener respuesta, de levantar la vista del plato sin encontrarme tu sonrisa, de despertarme a medianoche solo, muerto de frío, sin encontrar tu abrazo cálido, pero sigo sin ser capaz de cocinar para uno....
Así que quiero que sepas que, quizá porque aún creo que volverás, sigo cocinado para dos, por lo que estás invitada a iluminar mi cocina, ya que el resto de mi vida es más complicado; pero eso no viene a cuento, eso es otra historia.
Eso sí, date prisa, que ésto se enfría...
Ah, y tráete vino.
Soy yo, soy yo, punto... y seguido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario