Nunca me oiréis quejarme, nunca. Nunca escucharéis salir de mi boca una queja, un lamento o un reproche por la presión que hay depositada en mí, nunca. Nunca me veréis tocar fondo, por muy abajo que llegue; creedme cuando os digo que nunca, es nunca.
Puede sonaros arrogante, creído, soberbio y vanidoso, puedo pareceros un estúpido que se cree que va a comerse el mundo sin saber que éste va a por él con cuchillo y tenedor, pero nunca, nunca, me podréis tachar de tal, pues no encontraréis en mí aquello que creéis. Y cuando os digo que nunca llegaréis a conocerme, es porque nunca lo haréis.
Soy de los que no cree en la casualidad, a mí me va más eso de la causalidad. Soy de los que tiene lo que se gana, de a los que no abren puertas por ser el hijo de tal, el primo de cuál o el amigo de aquél. Yo soy mi nombre, y mis apellidos, y el sudor será la única corona que adorne mi frente. Cómo dijo Nuno hace poco, echadme a mí la mierda y vosotros disfrutad, estoy aquí para eso. La presión puede contigo, sí, cuando no estás preparado para ella. Pero llega un momento en que necesitas de esa presión, un momento en el que lleváis tanto tiempo juntos que el día que te levantas y tienes la sensación de que no hay unas esperanzas puestas en ti o unas expectativas por cumplir notas que el mundo se te viene encima. Y en ese instante es cuando te das cuenta de que necesitas que la gente espere cosas de ti, que esa presión te hace mejor, y esas ganas de querer ser mejor cada día te hacen todavía mejor y poner el listón todavía más arriba. Y eso, amigos, es un círculo vicioso. Puede llevaros a la gloria, pero patinad y os despertaréis en un infierno del que no saldréis.
Nunca me oiréis, tampoco, decir "te quiero", y no porque no lo sienta, la verdad. Soy de esas personas que saldría a la calle y se lo diría a todas aquellas personas que le rodean en su día a día, que le ayudan a ser mejor. "Oye, gracias por hacerme mejor, por estar ahí siempre, te quiero". Queda de puta madre, ¿eh?.
Pero no, yo es que he perdido la fe en esa frase. Aquellos que se merecen oír esas palabras de mi boca ya me conocen, y son los que más cerca están de conocerme realmente, pues todavía no me conozco ni yo.
Y a ti, sí, tú que eres realmente uno de los motivos de estas líneas. A ti no te diré "te quiero", aunque sí soy sincero he de decir que quizá me hayas hecho recuperar la esperanza, quizá he vislumbrado en tus ojos un ápice de cordura en este mundo de locos. A ti te diré que te odio, y te lo repetiré mil veces, quizá por eso de que del amor al odio hay un paso, o al revés. O quizá, sólo, porque en el fondo, una parte de mí sí que te odia.
Te odia porque has conseguido alejarme de ella, de esa voz interior que me dice que no lo haga, que no te sonría y mucho menos que me espere a que me la devuelvas. Quizá te odia porque has conseguido que, por primera vez en mucho tiempo, esa voz se calle y deje paso a una oda a la esperanza.
Pero oye, que te odio, y que nunca voy a decirte "te quiero", pero...
nunca será siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario